En el nuevo apartado de “Estamos leyendo…” hace tiempo que
tengo lo de “Decidiendo qué leer” y es que empecé con dos libros a la vez,
además del que tenía apartado que ya me quedaba poco para terminar y también lo
dejé. El caso es que por unas cosas y otras no he podido leer, o me podía el
sueño antes de ni siquiera intentarlo, por lo que mis lecturas están
abandonadas y lo van a seguir estando durante al menos seis meses.
Mi compi y yo nos marchamos a vivir la experiencia ERASMUS y
aunque en mi lista de ”cosas que llevarme” tengo apuntado el ebook creo que
finalmente lo voy a dejar aquí. Lo echaré de menos y querré leer muchas veces
pero cuando me entre el mono lo más seguro es que me ponga a escribir, así que
una cosa por la otra, ¿no?
El caso es que esta entrada es un poco especial. Normalmente
soy una sosa escribiendo (toda la alegría la pone Kas en sus entradas) así que
hoy voy a escribir un poco cómo ha sido todo esto de marcharme.
Me ha tocado decir adiós a muchas cosas, por ejemplo al
trabajo. Pero cuando tus jefes te dicen las cosas que me han dicho a mi, pues
como que te vas contenta y con muchas ganas de volver, aunque sea volver a ser
cajera. Al final le he cogido cariño al escáner, qué se le va a hacer. Pero más
cariño le he cogido a mis compañeros. Madre mía lo mucho que me han hecho morir
de amor por ellos. Hay personas que te hacen sentir bien, guapa, querida, que
te alegran las mañanas y consiguen que te duela la cara de reírte. Y sí, que conste
que yo iba al trabajo a trabajar, pero era inevitable pararse un ratito a
hablar (y quien dice “ratito” dice “toda la mañana”) Pero ¡eh, que yo aun así
estaba a todo! Me acuerdo los nervios de los primeros días cuando me acostaba
pensando “¿y si hoy me he equivocado y descuadro?”. Y al final acabas haciendo
tuya la máquina, tecleando como si no hubiera mañana, y sobre todo una cosa muy
valiosa: he aprendido a tomar el control. No olvidaré las palabras de mi
antiguo jefe en mi anterior trabajo (por supuesto, también de cajera, todo hay
que decirlo): “pues ya sabes, Cristina, tú eres la que llevas la sartén por el
mango”. Y hoy por fin puedo afirmar que lo he conseguido. He conseguido dominar
(aunque sea un poquito) esas situaciones en las que los clientes van a
fastidiar. Y claro, cualquiera pensará que eso es fácil, con un simple “señor,
a mi no me hable así” podría ser suficiente. Pero lo que importa es que lo
hagas todo desde el respeto y sin perder la sonrisa, de tal manera que jamás te
puedan poner una reclamación.
El caso es que he acabado haciendo amigos de verdad, de los
que te llaman para decirte “que noooo” porque les dices que no te hacen caso, o
de los que están dispuestos a salir un rato por la feria a oírme contar todas
las tonterías que me encanta contar. Luego están esas personas que desprenden
amor, y no puedo más que negar con la cabeza porque no soy capaz de entender
que haya gente tan sumamente buena.
En fin, sé que volveré al mismo trabajo cuando vuelva porque
tendré que recuperarme del dinero (y esto es una opción segura) y porque a mí
me gustaba ir a trabajar. A ver, que no todo eran risas, que había días que me
quería ir llorando y días en los que pensabas que la estupidez humana no tiene
límites (estos pensamientos sobre la gente los tengo muy a menudo, de verdad,
ves que la gente hace cosas que pensabas que no podrían ser posibles. Si me
animo algún momento de mi vida recogeré los mejores momentos para que veáis que
no exagero).
Por otro lado, están esos amigos con los que haces planes
que como no se cumplan los matas, pero ahí están, esforzándose en calcular cómo
sale más barato ir a verme. Locuras suyas, que me encantan. Y bueno, también
ciertas personitas con la que he tenido que poner mi mejor coraza
antisentimentalismos porque no me apetece llorar porque me voy unos pocos
meses.
Y cómo no, yo muriendo de amor con los regalos que la gente
se empeña en hacer (pero oye, si entre todos os animáis, hacéis un bote y con
lo que saquéis me compráis un abrigo. Ya lo estoy viendo: #UnAbrigoParaCris).
Pero no todo han sido regalitos. Aunque los patucos que me ha hecho mi abuela
no tienen nada que envidiar a nadie, la verdad es que hay ciertas cosas que me
han calado hondo. Sin ir más lejos, hoy me ha visitado el fan número uno del
blog. Se ha cogido su cochazo y ha venido hasta mi casa (algo así como el
equivalente a tomar por culo de lejos). Y bueno, pues yo lo tengo en cuenta. Sé
que lo está leyendo porque creo que es el único que lee el blog a menudo y me
ha echado la bronca por dejarlo de lado tanto tiempo, así que desde aquí le
digo que le quiero mucho (algo que nunca le digo en persona) y que de verdad
estás en el top de personas a las que echar de menos. Algún día te recompensaré
por todo lo que te debo.
Y no puedo dejar de contar la otra gran sorpresa del día, y
es que yo, que soy una rencorosa de mucho cuidado, me había enfadado con un
amigo por no venir a verme el día de la fiesta de despedida. ¿Qué ha pasado?
Que con toda su buena intención se ha ofrecido a llevarme en moto a hacer unos
recados que tenía que hacer. Y bueno, escrito así la verdad es que suena a “pues
vaya, chica, te emocionas con nada” pero es que nunca había montado en moto
(sí, con 23 años) y lo he vivido igual que si tuviera 15. Sé que esta persona
no va a leer esto y por eso desde aquí afirmo que cuando me asomado a la
ventana y le he visto con la moto enfrente de mi portal, y él apoyado en ella esperándome,
he pensado “joder, qué sexy”. Creo que ha sido la primera vez que he vivido una
escena de una película americana. Y el resultado ha sido tan emocionante que
doy gracias de irme, porque así se me olvida el hecho de que se me ha antojado
una moto.
Poco más puedo decir. Esto no lo escribo como despedida (de
verdad, que sólo son seis meses, ¡no me mudo ni nada de eso!) si no que estoy
un poco saturada con la maleta y necesitaba teclear un poquito antes de seguir.
Bueno, en realidad sí que hay cosas que decir, porque tengo cosas que me
inquietan. “¿Estás nerviosa por el viaje?” No, esto me lo pregunta todo el
mundo y tengo los típicos nervios de cualquiera chica: ¿cerrará la maleta? ¿me
olvidaré la plancha del pelo? ¿seguro que no voy a necesitar estos zapatos? Pero
no es nada de eso. Más bien, y sonará un poco paranoico para muchos seguro, me
inquieta el futuro.
¿Habrán cambiado las cosas cuando vuelva? ¿Habré cambiado
yo? ¿Podré terminar la carrera y seguir avanzando en mi vida con nuevos
objetivos? ¿Mandaré todo a la mierda y me volveré corriendo a Polonia?
Y los más sensatos pensarán “eso ya lo verás cuando
vuelvas”. Ojalá yo fuera sensata.
Así que por mi parte esto es un ‘hasta luego’.
Cris
No hay comentarios:
Publicar un comentario